viernes, 6 de julio de 2012

De mudanza

Juro o prometo que no quiero dejar el blog abandonado, pero no tengo mucho tiempo porque... chanchanchan... me mudo... 

Otra vez.

Por tanto, he decidido contar la historia de cómo acabé durmiendo en un sofá.



Nadie me avisó de que debería conocer a mis compañeras de piso antes de mudarme con ellas. Pensándolo ahora, era de sentido común, pero en agosto, a cuarenta y cinco grados, lo único que quería era acabar la búsqueda y conseguir una habitación.

La más decente que conseguimos visitar tenía muchos desperfectos, pero era barata y estaba lejos del centro y cerca de la facultad.

La casera estaba loca.



No teníamos contrato.



Y solo conocía a una de las chicas que vivirían conmigo.



Cuando, en septiembre, después de vivir sola una semana, por fin conocí a la otra, fue... digamos que extraño. Su primera frase fue "el salón, ¿lo encontraste así?". Lógicamente me asusté (yo casi no había entrado en casa, y menos me había puesto a redecorar el salón) y le dije que sí. Bordemente se fue a su habitación.

Querréis saber cómo era ella. Os hago una estimación:



Después de unos meses viviendo juntas y muchos intentos fallidos de entablar conversación (la otra chica prácticamente vivía con su novio), ocurrió El Hecho.

Un compañero de clase celebró su cumpleaños en mi misma calle (que es larguísima). Fui con algunos amigos y nos bebimos hasta el agua de los floreros. Como mi casa era la más cercana, decidimos quedarnos a dormir ahí. 



Lógicamente, cuando tres personas duermen borrachas en una cama individual, se hace ruido. Después de eso, estuve una semana sin ver a mi compañera de piso (en adelante Lady Ogra) y lo olvidé. 

Craso error.

Cuando fui a pagar las facturas del mes, me esperaba con una cara como esta:



Y un discurso que haría pensar que soy su hija, más que su compañera.

Le pedí perdón dos millones de veces (obviamente deberiámos haberla dejado dormir) y seguimos como siempre. 

Unos meses después, unos cuantos amigos vinieron a casa a dormir. En mi humilde opinión, no estábamos molestando a nadie, pero una de las chicas se equivocó de puerta al ir al baño y despertó a La Ogra, que vino a mi habitación hecha una furia a insultarnos y gritarnos.

Básicamente la mandé a la mierda.



Esa misma noche, mi ahora compañero de piso me ofreció su sofá.

Y aquí estoy.

Dejaré una imagen aproximada de lo que era él llevando mi escritorio montado en mi silla por toda la ciudad y cantando reggaeton. 




Ex-compañera de piso: siento mucho que nadie te quiera, pero es que, cariño, te lo ganas.

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