viernes, 29 de junio de 2012

Balance

Con motivo de mi último examen (que fue el miércoles pero he estado durmiendo hasta ahora), quiero hacer una actualización de todo lo que ha pasado desde la primera entrada hasta ahora.

Para empezar, tengo sospechas de que mi erizo de mar sigue en mi pie derecho. Llevo puesta la misma camiseta playera y mañana iremos a la piscina, donde no hay ningún peligro (prometo echarme más protección solar).



Nos volvimos a quedar sin gas, además de que nos hemos enterado de que la goma está caducada desde el 2010. Es todo muy divertido ahora que sabemos que podríamos salir volando al encender la luz.



La desorganización que ya teníamos se acentuó sobremanera cuando empezaron los exámenes y el calor, ya que, para que no se nos derritiera el cerebro, teníamos que estudiar de noche y dormir (mal) de día.

Los profesores, por supuesto, siguen demostrando su dedicación: desde luego, en tres semanas no da tiempo a corregir veinte exámenes.



Mi compañero de piso sigue sin sacarse el carnet de conducir, y ahora ya hay alguien más intentándolo. La verdad, no me fiaría de ir en coche con alguien que come helado con los dedos. 




Desde luego, nuestra querida casera no ha tenido la delicadeza de llamar al técnico, así que seguimos lavando toda la ropa a mano. Para dos semanas ya no nos vale la pena el esfuerzo de llamar nosotros, y lógicamente estamos demasiado ocupados asumiendo que no tenemos nada que hacer.




Los bailes de mi compañero de piso se han hecho más sexys y frecuentes, e incluso tienen lugar, en ocasiones, en la facultad. Lo más gracioso de todo es la cara de la gente que no nos conoce cuando lo ve.




Como ya he dicho antes, durante las semanas de exámenes, cambié mi horario al modo Búho Nocturno, ya que aquí, por las tardes, lo único que se puede hacer es meterse debajo del agua o morir. No negaré que me ha costado volverme a dormir a horas cristianas, pero ha valido la pena.
 
Creo que eso es todo lo que tengo que decir, por lo menos por ahora. Como mi madre me presiona para que escriba más, voy a intentar tener historias que contar. Pero decentemente.

sábado, 23 de junio de 2012

1x0.5

¡¡Qué título tan alternativo!! Sí. Es que soy muy alternativa. 



Esa era yo, siendo alternativa. Bien, os preguntaréis por qué soy tan alternativa (voy a dejar de decir esa palabra, porque está empezando a sonarme rara).



Pues resulta que estoy viendo amanecer.



Ah, ¿que eso no me hace alternativa? Vale, pero es que también estoy investigando sobre la Guerra Civil.



Si todavía no creéis que soy muy alternativa (¡mierda!), también os diré que estoy escuchando a Placebo. ¡Y lo estoy disfrutando! Para eso hay que ser muy alt... da igual.



Vale, pues además de todo eso, estoy en el balcón. Sí, habéis leído bien: de todos los sitios en los que podría estar un sábado a las seis de la mañana, estoy sentada en el balcón (por si vuestro instinto no os lo ha soplado ya, el balcón tiene más o menos unas medidas de 1x0.5 metros).



Lo único que me hace sentir un poco menos... bohemia es que, cada vez que miro hacia abajo, veo el enorme cartel, rojo y beige, de la taberna Patanegra.



Le quita un poco el encanto. O le da más. No sé.

jueves, 21 de junio de 2012

Feliz cumple

Esta es mi mamá:

Y es mi única seguidora.



Y hoy cumple muchos, muchos años (no voy a decir cuántos, pero 47).



A mi madre le gusta la verdura y no le gustan las faltas de ortografía.



Ayer llevó a mi hermana a una fiesta de la espuma.




Eso es guay porque a mi hermana le gusta la fiesta de la espuma.




Le gusta leer (a mi madre, a mi hermana también pero ahora hablo de mi madre) y los cuentos de robots.


Es un poco friki.




Por eso es mi madre y la quiero un montón.




Feliz cumpleaños, mamá.

domingo, 17 de junio de 2012

La Máquina

Lo prometido es deuda, y aquí viene una historia sobre mi afición a marearme cuando me subo a aparatos que se mueven deprisa. Tengan en cuenta que ocurrió hace cuatro años, por lo que los detalles están bastante borrosos.

En tercero (o cuarto, no voy a fingir que me acuerdo) de ESO, mi instituto organizó un viaje al Parque de Atracciones de Madrid. Por supuesto, todos nos apuntamos (un tanto decepcionados, creo recordar, porque habríamos preferido la Warner... pero nos llevaban a la capital, que era un evento curioso para unos niños de provincias) y esperamos con ansia a que llegara el día.



A medio camino hacia Madrid, nos pararon en una gasolinera en la que aprovechamos para comer algo -entre otras cosas, mucha, mucha comida basura.


Llegamos al parque y el grupo se separó. Yo me quedé con mis amigos, y decidimos empezar por la primera atracción que vimos al entrar: La Máquina.


Digamos que es un enorme círculo en el que te atan, te lanzan al aire y te dan vueltas. Yo no estaba muy segura de montarme, pero no me daba la gana de haber pagado la excursión para quedarme en tierra. Así que me tragué el miedo y subí. 




Al principio todo iba bien. Aquel bicho giraba despacito y no se levantaba mucho del suelo. Pero tras un par de minutos todo empezó a cambiar. Hacía calor, y el tremendo balanceo de La Máquina no me dejaba pensar con claridad. Recuerdo que chillaba y no lo estaba pasando mal... hasta que paró. 


Aún atada y sentada en el círculo, no pude evitarlo: vomité con todas mis fuerzas. Suena asqueroso, pero verlo era incluso peor. Siempre hay alguien que vomita en La Máquina, por lo que me han dicho más adelante. Eso no quita que mi camiseta (mi querida camiseta de My Chemical Romance) estuviera inutilizada y mi orgullo roto.



En el botiquín me dieron una pastilla, una de mis amigas me dejó una camiseta de repuesto y el resto del día transcurrió sin mayores incidentes. Pero siempre quedarán en mi mente los gritos, entre risas, de la otra chica que nos acompañaba.


"Tú... ¡¡tú comiste Fritos!!"




Y era verdad.

sábado, 16 de junio de 2012

Esto cuenta como madrugar

Hoy me siento un poquito responsable. ¿Por qué? Pues porque son las siete y dieciocho de la mañana y estoy despierta.



Tal vez la razón para esto sea que no he dormido. Pero estoy convencida de que he madrugado, y eso es lo que cuenta.

Esta es la razón de que parezca un búho mal alimentado:


Por si no queda claro, es otra persona más mona y mejor pintada que yo.

También puede que no sea muy buena idea quedar para estudiar a las once de la noche.

Y es muy posible que mañana lea esta entrada y la borre, porque la he escrito prácticamente en coma y no sé si me convencerá. 

Además de estar despierta, he lavado un vestido (a mano). Eso es ser responsable, ¿no?. Creo que sí. El vestido:





Es muy mono, en serio. Y, según un borracho colombiano que nos encontramos de camino a casa, tiene los colores de la bandera de Barranquilla. No me he preocupado por comprobarlo.

Y mañana me pongo a estudiar otra vez. En serio.

martes, 12 de junio de 2012

Cuando intenté jugar al LoL

Me gusta jugar a cosas. Por esto me paso gran parte del día delante de un ordenador o con una consola en la mano. Mi compañero de piso finge que le molesta, pero en realidad le encanta poder soltar cosas como "¿no te estás pasando ya un poco de friki?".



El problema es que me cuesta mucho probar cosas nuevas. Soy fan acérrima del siglo pasado, así que no me faltan remakes de Zelda y Super Mario, generaciones de Pokémon ni, por supuesto, expansiones de Age of Empires (el II).



Mi novio, que considera que no juego lo suficiente, consiguió en Navidad que me instalara uno de sus juegos favoritos (uno de muchos), el League of Legends, en adelante LoL.



De entrada nunca pensé que me fuera a gustar. Había muchos personajes con muchas estadísticas y mi novio me dio docenas de tutoriales (que jamás leí, cariño, lo siento). 




Nunca he entendido los juegos con tantas complicaciones. En mi cabeza no entra la idea de tener que ESTUDIAR para JUGAR.Ya tengo bastante con la universidad.


De todas formas, decidí darle una oportunidad. Hay que elegir un personaje. Resulta que cada semana hay una cantidad de personajes gratis, y, cuando dejan de serlo, tienes que comprarlos con puntos de experiencia. 


De entre un montón de magos y gladiadores musculados, escogí al que parecía menos peligroso (decisión un poco estúpida, ahora que lo pienso, dado que todos los juegos al final tratan de matar al enemigo): una niña pequeña con el pelo morado y un osito de peluche. Debo confesar que sentí cierta empatía hacia aquel personaje ficticio, más que nada porque a mí también me encantan los muñecos.



Después de elegir al personaje (en adelante Annie) aguanté un sermón de mi novio sobre qué estadísticas debía mejorar y qué objetos elegir. Lo ignoré por completo y antes de darme cuenta estábamos jugando un "partido de entrenamiento" contra unos personajillos controlados por ordenador llamados "bots". "Annie Bot" era un personaje igual que el mío pero, por alguna razón, hacía mucha más pupita.

Lógicamente, mi primera partida fue un desastre. Apenas sabía mover a la chiquilla ni me había enterado de lo que hacía. Mientras andaba, canturreaba pacíficamente "¿has visto a mi mascota Tibbers?", refiriéndose claramente a su osito. Grande fue mi sorpresa cuando descubrí que, pulsando los números del 1 al 5, y dependiendo de mi nivel, la adorable muchacha lanzaba, con sus propias manos, bolas de fuego al enemigo.




Pero el mayor shock me lo llevé ya entrada la partida. Mi novio me explicaba pacientemente que, al llegar a determinado nivel, se activaba no-se-qué poder especial que podría utilizar con la tecla del número 6.


Bien. Dicho poder convirtió al pequeño Tibbers en un enorme oso pardo de afiladísimos colmillos que cayó sobre el otro equipo, casi matando a gran parte de ellos. Con la sorpresa, dejé de prestar atención un momento, logrando que me asesinaran por vigésima vez en veinte minutos.




Lo peor, sin embargo, no eran el equipo enemigo ni los pequeños infartos que me provocaba mi personaje: era mi propio equipo. Por lo visto, nadie entiende que "partido de entrenamiento" implicará que hay novatos jugando contigo y que, probablemente, perderás contra el ordenador.


Es triste, si lo piensas: me imagino a todos aquellos chiquillos (en su mayoría, por alguna razón, polacos) gritándole a la pantalla cosas como "NOOB GO HOME" y "VUELVE A TU ZONA, ANNIE!". Aprovecho la ocasión para decir que si mi nick en un juego es Raqy, me gusta que me llamen Raqy. Annies hay muchas.




Por último, tengo que confesar que después de muchas partidas le cogí un cariño extrañísimo a Tibbers, que acabó siendo la única razón por la que seguía jugando. ¿Quién no querría tener un oso para defenderlo de las cosas malas?




P.d.: No me acuerdo muy bien de los controles. Pido perdón por cualquier error que haya podido cometer.

lunes, 11 de junio de 2012

La afición de mi compañero de piso

Este es mi compañero de piso:



Y esta es su nueva afición:



Por si el maravilloso dibujo no lo aclara, está bailando reggaeton con mi puerta. 

Muchas veces lo hace al ritmo de música emo.



A veces no quiere moverse y baila en la cama.



Pero yo lo quiero igual.




Y a mi novio le pone.


¿Perturbador?

sábado, 9 de junio de 2012

He tenido que lavar la ropa a mano.

Como lo oyen. Hoy se ha roto la lavadora, justo cuando he ido a hacer mi colada quincenal. Lavar la ropa cada dos semanas es arriesgado, sobre todo teniendo en cuenta que mi lavadora tiene unos 30 años y se veía que estaba en las últimas.



Como es comprensible, apenas me quedaba ropa limpia. No tenía otra opción, he tenido que lavar a mano. No es la primera vez: mi camiseta de Minecraft se lava a mano, y un día se me cayó una pizza de queso en un vestido blanco. 




Pero esto han sido ocasiones puntuales: es una cosa muy distinta tener que coger la ropa de dos semanas y sacar el valor de ponerte a frotar en el lavabo. 




Primero, tuve que limpiar el baño. No es que vivamos en una pocilga, pero tampoco nos preocupamos especialmente por que todo brille como el rocío. No quería que mi ropa quedara más sucia que antes después de todo mi esfuerzo. 




Cuando hube limpiado y llenado de agua y detergente el lavabo, procedí a empezar con mi camiseta playera. Una vez llena de jabón, me di cuenta de que no podría aclararla en la misma agua en la que la había enjabonado. La bañera era demasiado grande para mi tarea y el fregadero está empezando a criar un ecosistema, así que tuve que usar el bidet. 



Después de prepararlo todo, no fue muy difícil acabar de fregar; entonces tocaba tender la ropa. En el cuarto piso (vivo en un segundo) hay una magnífica azotea con cuerdas de tender que nadie usa, pero subir dos pisos de escaleras está por encima del esfuerzo que estoy dispuesta a hacer dos veces al mes.


Por esto, he ideado un sistema que me permite tender la ropa por toda la casa. Básicamente, consiste en un pantalón de pijama que no uso atado en la barandilla del pequeño balcón de mi habitación. Este tiene capacidad para unas cinco prendas, y el resto lo tiendo entre la cuerda del patio de luces y la barra de la ducha.




Mi compañero de piso ha llamado a la casera, que se muestra reticente a mandarnos un técnico. Creo sinceramente que esto es un paso más en su misión de conseguir que la casa se convierta en una máquina del tiempo que nos lleve a los años 50. Viva España.

jueves, 7 de junio de 2012

Por qué nunca tendré carnet de conducir

Mi compañero de piso se está sacando el carnet de conducir. Su objetivo es aprobar el examen práctico antes del verano, reto titánico si tenemos en cuenta que en seis días empiezan los exámenes. Es el único de mis amigos que está cerca de sacárselo, y ha tomado por costumbre insistir a los demás para que lo hagamos también.



Por eso, yo he decidido hacer una entrada con las razones por las que nunca jamás tendré carnet de conducir ni coche, ni moto, ni helicóptero. Y si existiera un carnet de patines, tampoco me lo darían.

La razón principal es que tengo la coordinación ojo-mano-pie de un mono borracho y cocainómano. Probablemente, después de una hora conduciendo, estaría intentando girar el volante con la lengua mientras hago el pino para poder pisar el freno con la mano.




Además, me da mucho miedo conducir. No solo por mí, sino por la gente de alrededor. Si yo llevara un coche, este debería tener, como mínimo, una sirena en el capó y policía delante y detrás, para avisar a los demás de que se aparten si valoran su vida.


Cuando cumplí 18 años, mi padre tuvo la genial idea de llevarme a un descampado con toda la familia y hacerme conducir. Mis hermanas, anticipándose a lo que venía, gritaron y lloraron para que las dejaran salir del coche. Yo les dije que se quedaran dentro: así no podría atropellarlas.



Después de un rato conduciendo, me puse nerviosa y se me olvidó cuál de los pedales era el freno y cuál el embrague. Resultado: volantazo para no chocarme un árbol, recuerdo eterno de mi padre riéndose ante mi cara de terror. 




Además de todo esto, resulta que soy de estómago débil: me mareo si me subo a cualquier cosa que se mueve más rápido que una bicicleta. A esto también le dedicaré una entrada entera, pero ahora me sirve para explicar que no podría conducir si tuviera que abrir la ventana cada diez minutos para vomitar.



Desead (por mi bienestar y vuestra seguridad) que nunca viva en una ciudad tan grande como para necesitar moverme en coche.